PICARESCA DE LADRILLO
Pero, ¿que ocurriría si a este escenario, donde se unen política corrupta, ladrillo desaprensivo y montaña domesticada sumáramos la picaresca más racial y genuina, al más puro estilo del Buscón?... Pues pasen y lean, porque esto no tiene desperdicio.
ENGAÑOS Y GRUAS EN EL PIRINEO
El 10 de diciembre de 1998, Mariano Fanlo se presentó ante el secretario municipal de Yésero (Huesca). Llevaba con él 19 carnés de identidad y empadronó a todos sus titulares. De una tacada. Para ahorrar tiempo, porque las elecciones municipales se celebraban seis meses después. El pueblo tenía y tiene unas 40 casas, 62 empadronados (más los 19 de golpe) y sólo 12 vecinos que residan todo el año. Fanlo, policía nacional jubilado, había dejado Yésero hace más de 40 años y vive en Jaca (a 40 kilómetros), pero al empadronar a su familia y amigos salió elegido alcalde en la lista del Partido Popular. Obtuvo 40 votos, 17 más que Vicente Campo, del Partido Aragonés Regionalista. Sin los 19 nuevos votantes, hubiese perdido por un voto en 1999 y por 15 en 2003, cuando revalidó su mandato.
Fanlo dirige el pueblo enfrentado con parte de los vecinos permanentes y ha impulsado un Plan de Ordenación Urbana para levantar 589 casas en el corazón del Pirineo. Ahora, el Tribunal Superior de Justicia de Aragón ha ordenado revisar el censo y dar de baja a los empadronados aquel frío día de diciembre de 1998 y que van al pueblo a votar. Fanlo ha rehusado hablar para este reportaje.
Santiago Ripoll llegó a Yésero desde Barcelona hace 10 años. A finales de los años 80 había comprado una casa en este pueblo mínimo del Pirineo. El enclave, de empinadas calles y casas de piedra, se asoma al valle del Sía. Barranco abajo ruge el agua cristalina y la nieve cubre a menudo el puente que lleva hasta el pueblo. Ripoll, de 51 años, se hartó de su trabajo como ejecutivo. "Si viviera en Barcelona, ahora estaría muerto", afirma.
Cuando llegó, Yésero tenía poco atractivo, pero hoy tiene todas las oportunidades para un alcalde con iniciativa. El pueblo está a 10 kilómetros de la estación de esquí de Panticosa y a otros tantos del Parque Nacional de Ordesa. Así que el alcalde promovió una revisión del Plan General de Ordenación Urbana para construir 589 casas. El pasado 15 de febrero, la Comisión Provincial de Urbanismo le denegó el permiso por decenas de motivos como la falta de zonas verdes o de justificación.
Ripoll está convencido de que su oposición y la de otros vecinos, junto a la sucesión de recursos judiciales que ha presentado, fueron fundamentales para frenar el plan. Y también de que eso le costó que el alcalde le quitara el bar del pueblo, que intente derribar su vivienda y que su mujer se fuera de casa. "He tenido un coste personal muy alto, porque me he opuesto y en un pueblo tan pequeño eso es muy duro". La paralización del plan le ha costado a Fanlo y a los que empadronó mucho dinero. Ellos eran en su mayoría propietarios de las tierras que iban a urbanizar.
El problema se repite en otros pueblos de la zona. El Gobierno de Aragón, del PSOE, promueve ambiciosas ampliaciones de las pistas de esquí. Pero el negocio no es tanto el esquí como el ladrillo. La prueba es que la empresa pública que promueve las pistas, Aramón, amplió la estación de Panticosa, pero sólo lo hizo a cambio de que el municipio le cediera 30 hectáreas para urbanizar.
Al calor del ladrillo han surgido denuncias como la de Yésero. Una vecina de Fago, Mónica Barcos, denuncia que su alcalde, Miguel José Grima, del PP, le impide empadronarse, pese a que es de allí y allí vive desde hace dos años. Barcos sostiene que Grima no quiere nuevos vecinos que le puedan desalojar del pueblo mientras 18 de los 31 empadronados no viven en el pueblo. El alcalde lo niega y asegura que no puede empadronar a todo el que lo pide si no cumple los criterios de residencia. Además, sostiene que detrás del intento de Barcos y otros vecinos por censarse hay un intento de "tomar el control del pueblo".
Estos conflictos están surgiendo ahora entre dos formas de vida. Los que protestan suelen ser gente llegada de fuera, como Miguel Ángel Molinero y Mónica Crespo, una pareja de treintañeros que llegó hace cinco años a Fago huyendo de Madrid; o Ramón, un albañil de Madrid que se estableció en Yésero junto a su familia. Ellos intentan proteger el paisaje y después de años allí se sienten con derechos. Enfrente tienen a los alcaldes y los habitantes de toda la vida. La mayoría abandonó los inhóspitos pueblos de las cumbres y van en verano y fines de semana. Sin embargo, consideran forasteros -así los llaman- a los que llegaron de la ciudad aunque son los que viven allí.
Ripoll explica que no se opone a cualquier urbanización, sino a las grandes urbanizaciones que están vacías casi todo el año: "Construyen segundas residencias que no se ocupan nunca, salvo en Navidad y en los puentes. Trabajo en un bar y sé que no dejan nada en la zona ni dan trabajo. Sólo ganan los constructores y los alcaldes. A cambio, fastidian el paisaje, que es el atractivo de la zona, y saturan la zona de coches y carreteras. Que construyan hoteles", explica en el coche, junto a Panticosa. Es jueves, la nieve es perfecta y en el aparcamiento recién construido en un desmonte para albergar 1.500 coches sólo hay una decena de vehículos. El argumento es espantosamente similar al que comienza a alzarse en la costa, ante la proliferación de segundas residencias.
A menos de un kilómetro está Francia. Allí todo está protegido. O los franceses saben algo que los españoles no saben, o viceversa. Se admiten apuestas.
(Reportaje aparecido en EL PAIS
0 comentarios